viernes, 13 de noviembre de 2009

Instrucciones para ser un beatlecabronete, de Salvador Luis


Como la vida no suele ser justa para quienes no componemos canciones (y he aquí el dilema absoluto, la mentada falta de composición en todo lo que pueda tenerla, desde las begonias de mi abuela Atala hasta las botellitas de vidrio azul que quebré a los cinco años jugando con el Fido hasta mi pie derecho que tiene la desdicha de ser un poco panzón a la altura del meñique, lo que me da un paso rococó que alguna de mis primas bigotonas ha llamado “de pingüino”), pues aquí me tiene: Severio –no Severo– Díaz Malpartida Uchurajay, con perdón, para decirle cómo es que un cualquiera como usted (eso he dicho, un cualquiera, y no se haga el tonto porque para tontos ya tengo suficiente con el atarantado que escribe esta chorrada) puede armarse de valentía y estupidez al cubo y tentar a la suerte (si es que le queda algo de eso, que yo la verdad ni en feria me la saco) y convertirse en un Beatle cabronete. Pues venga.
En primer lugar, un Beatle cabronete debe llamarse como la constitución manda, es decir: nada de Ringo ni nombrecitos gangosos de los que más tarde uno puede arrepentirse, tan sólo John o Paul o George, y paramos de contar porque el quinto Beatle aquel es un mito impulsado por una multinacional cervecera que quiere convertirnos a todos en autómatas y así tomar posesión del gobierno más poderoso del mundo (por cierto, si el tono de mi parlamento cambia de cuando en cuando es porque el atarantado que ha firmado esto no sabe lo que hace, eso es lo que pasa cuando alguien va a un taller de cuento sólo porque la profesora tiene buenas piernas o un culo que a la luz del día parece la boquita de Brigitte Bardot diciendo: “popo pipi pupapopapi”).
Decía que lo primero es el nombre y lo segundo la peluca. Un buen peinado constituye el pilar fundamental de un Beatle cabronete y le asegurará que morenas o rubias de coeficiente intelectual -88, la crema y nata de las fanáticas, se acerquen a usted sin que tenga que hacer esfuerzos en el campo de los perfumes orientales o las bañeras. Si usted quiere de verdad convertirse en un Beatle cabronete, me hará caso. No dude, mi cabronete, no tiemble ni por la mañana ni por la tarde, ni se olvide de lo que Lucas dijo cuando la Tota le pidió que bajara a comprar una caja de fósforos: “Voy a tener que irme porque resulta que la Tota…”, ay, pero luego, luego el gordo Muzzio y el viejo Olivetti y el sector masculino de la familia Salinsky y el petiso Salinsky y la Tota (como la Tota de Porcel) esperando como una babosa. Y si no se ha dado cuenta todavía, eran sólo dos las instrucciones, cabronete: una sobre los nombrecitos y la otra sobre los pelos. ¿Que no tiene sentido? Pues usted tampoco lo tiene, aspirante a cabronete. No, no. Y para hacerlo más cutre aún:

P.S. I love you.
Y love me do.

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