JAVIER CALVO
¿Quién sabe cuántos libros colectivos de narrativa se publicaron solamente el año pasado en España? Es difícil saberlo pero estoy convencido de que muchos más de los que nos imaginamos. Hay editoriales como Páginas de espuma o 451 que tienen colecciones enteras dedicadas al libro colectivo de relatos. Lo que pasa, y aquí empieza mi vindicación, es que prácticamente ninguno de estos libros se reseña, la crítica no los quiere ni para limpiarse el culo y muchas veces ni siquiera llegan a las mesas de novedades de narrativa. Con suerte los esconden en algún rincón dedicado a antologías. Esto en general me parece injusto. Hay mil cosas a las que nuestra escena literaria no presta atención con justicia, igual que hay otras muchas a las que presta atención injustamente. Pero aquí va el núcleo de mi vindicación: creo que habría que prestar más atención a los libros colectivos, por mucho que circulen cientos de ellos que dan la razón a sus detractores. A continuación trataré de explicar por qué pienso esto. Para ello dividiré mi vindicación personal en tres partes que se corresponden con tres ejemplos que he preparado.
Ejemplo 1. El caso de Granta en español número 11
Hace unos meses, la mencionada escena literaria española registraba un temblor de pequeña magnitud a raíz de la publicación de Granta en español número 11 y del subsiguiente cruce de artículos entre el inefable Ignacio Echevarría y el director de la revista, Aurelio Major. No vale la pena recordar el contenido de dichos artículos cruzados, porque no es lo importante del caso. Los dos artículos de Echevarría, en Rebelión y El cultural, hay que leerlos entre líneas como la reacción impulsiva del crítico (nostálgico de su parcela perdida de poder cultural) que censura una iniciativa que se ha hecho al margen de él. Esta clase de críticos, de los que podría mencionar a alguno más, simplemente odiarán cualquier cosa que no salga de ellos y en la que no hayan participado, puesto que consideran que la labor de ordenación policial de la escena literaria les compete a ellos solamente. Como mucho, a ellos y a sus amigos. Ahí radica, en mi opinión, una gran parte del problema de libros como Granta en español número 11, al que en adelante llamaré G11, para abreviar.
G11, a todo esto, no es para nada un mal libro. No creo que a nadie se le ocurriera criticarlo si no fuera porque se presenta como una colección de los mejores escritores en español de menos de 35 años. Claro, eso en un contexto como el de la literatura en español, con toda su tradición de amiguismo y envidia poco sana, más el hecho de que hay docenas de países de habla hispana, cada uno con sus particulares rencores y resquemores, es un completo suicidio. Yo imagino que en realidad los editores de la revista ya se imaginaban que se les iban a tirar a la yugular, muy ingenuos debían de ser para no sospecharlo. Los ataques más virulentos, claro está, siempre van a ir dirigidos a la selección de los autores. Cómo se te ocurre poner a éste, cómo se te ocurre no poner al otro, bla, bla.
Como la selección no es abiertamente disparatada, el ataque del amigo Echevarría pasa por alto el contenido en sí del libro, que puede poner cortapisas a su ataque, y se limita a cuestionar la capacidad de los antólogos. La discusión abandona el terreno de la literatura en sí para adentrarse en el de la política literaria, mucho menos interesante. Y el que debería ser el meollo de la cuestión, que es el hecho de que G11 es un libro ameno, divertido, variado y una lectura más que digna para un par o tres de noches, queda olvidado. ¿Es culpa de los antólogos por presentar su libro de forma pretenciosa? Bueno, eso es subjetivo: indebidamente pretencioso o legítimamente ambicioso, cada cual opinará lo que le parezca. Lo que está claro es que jaleos como la Bronca Echevarría-Major derivan en gran medida del impulso “totalizador” del libro. Del hecho de que sus autores se arroguen la capacidad crítica de seleccionar a los mejores de una generación. Imaginen el mismo número de Granta en español presentado como número ordinario, titulado por ejemplo: “Especial ficción en español”. Nadie se habría molestado.
Ejemplo 2: El caso de Mutantes contra Siglo XXI.
Hace un par de años tuvimos en España un caso fascinante (en mi opinión) de dos antologías de tipo totalizador sobre el cuento español enfrentadas entre sí. Es decir, que una (Siglo XXI, la de Fernando Valls) estaba preparada explícitamente como cuestionamiento de la otra (Mutantes, de Juan Francisco Ferré). Es decir, que el mensaje venía a ser algo así como “Tú no tienes ni puta idea de cuáles son los mejores nuevos cuentistas españoles, yo sí que lo sé; son estos. Haced caso de mi antología, no de la de este idiota”.
Fernando Valls ya tiene mucha experiencia en esto de decirnos quiénes son los mejores nuevos cuentistas españoles y quiénes no, por medio de antologías previas como Son cuentos y Los cuentos que cuentan. Aquí, sin embargo, su ejercicio de soslayo de todo el mundo que se acerque a la estética fragmentaria, mutante o afterpop de la primera antología resulta tan chocante como el rechazo de su oponente Ferré de todo lo que huela a realismo español. El caso es que los dos libros, juntos, forman una maravillosa colección de textos. Yo siempre fantaseo con una hipotética edición futura donde se vendan juntos, como dos volúmenes de una misma cosa, tal vez la antología totalizadora más bonita de esta época (hay otra, Pequeñas resistencias, editada por Andrés Neuman para Páginas de Espuma, que tengo entendido que también es muy buena, pero no la he leído).
Pero ¿qué hace que el tándem imaginario Mutantes+Siglo XXI sea tan maravilloso? ¿Es acaso el hecho de que, como tal como prometen sus prólogos totalizadores, reuniría toda la narrativa breve española óptima / prometedora / representativa de su época? Obviamente no. Nadie puede reunirla toda. El impulso totalizador es principalmente un gesto de voluntad nietzcheana de poder. Ya sabemos que toda antología va a presentar siempre una selección cuestionable. Es más, ninguna antología va a satisfacer a dos personas. Siempre habrá quien pensará que deberían haber puesto a tal o a cual. Siempre habrá quien considerará que hay cuentos malos en la antología. Que sobra ésta y que falta aquél otro. Obvio. La única persona a quien satisface una antología totalizadora es al propio antólogo. Su gesto de poder es un gesto narcisista. Mutantes son los relatos reunidos por Ferré y Siglo XXI los relatos reunidos por Valls. Para beneficio de sus propios egos. ¿Y eso está mal? No. En absoluto. No hay nada malo en eso. Sus libros son proyecciones legítimas de sus personalidades respectivas. Los nombres de los autores son como los colores de sus paletas. Con ellos pintan un cuadro.
Pero nuevamente, como ya hemos hecho con Granta, olvidémonos un momento de su voluntad totalitaria. Olvidémonos del prólogo donde nos presentan a “sus” mejores como “los” mejores. Lo que quedan son dos libros estupendos. Un libro de Juan Francisco Ferré y otro de Fernando Valls. Los resultados de sus paletas respectivas. ¿Acaso un buen cuadro tiene todos los colores del mundo? ¿O lo que hace un buen cuadro es el hecho de haber usado “los mejores colores” o “los más representativos? En absoluto. Es más, si eso beneficia paradójicamente al cuadro, hasta pueden tener cabida colores feos, o nada logrados.
Ejemplo 3: Los casos de Matar en Barcelona y 22 escarabajos
En el polo opuesto de la antología totalizadora está, claro, la antología temática. Quién no ha leído unas cuantas de éstas. Relatos de navidad. Relatos sobre la ciudad. Sobre la familia. Madres e hijas. Cuentos eróticos. Cuentos policiales. Cuentos eróticos de navidad. Etcétera. A los escritores nos gusta que nos llamen para esta clase de libros. Nos gusta que cuenten con nosotros. Y luego los textos escritos por encargo los podemos aprovechar para nuestros propios libros de relatos. Todo el mundo gana. El libro suele tener un paso fugaz por la mesa de novedades, no lo reseña nadie y desaparece plácidamente en el olvido de los libros colectivos. Todo el mundo sin excepción considera que las antologías temáticas son un fenómeno anecdótico en la escena literaria, algo sin apenas, una especie de manía rara que tienen algunos editores.
Perdón, he dicho “todo el mundo sin excepción”. Hay una excepción. Yo. De hecho, las dos antologías temáticas de este tercer ejemplo se acercan bastante a lo que yo considero el libro colectivo ideal. Lo cual no quiere decir que me parezcan perfectas ni que me gusten todos los relatos que las componen. Porque no se trata de eso. Lo que las hace, para mí, libros cautivadores, es precisamente lo contrario. Su imperfección. Su condición de reflejos de las personalidades de sus antólogos. En el caso de Matar en Barcelona, la personalidad de la maravillosa hipster profesional y cazadora de talentos de Alpha Decay, Ana Pareja, y en el de 22 escarabajos el magnífico novelista Mario Cuenca Sandoval. Ninguno de los dos ejerce de crítico. El acto crítico / policial ha sido felizmente desligado de la figura del antólogo. Además, tanto Pareja como Cuenca han sabido trascender perfectamente la anécdota de sus temas respectivos (el asesinato / los Beatles) para convertirlos en ricos vórtices de asociaciones que permiten que sus libros hablen, en el primer caso, de los muchos estratos de la violencia social y, en el segundo. del estallido de color y las réplicas infinitas del arte pop que ha transformado la cultura.
Los dos son libros dotados de gran personalidad, el uno macabro y transgresor, el otro psicodélico y alucinado, apoyados en selecciones de autores imperfectas e incompletas pero muy inteligentes. Ambos libros están a la altura de las mejores novedades de narrativa española de sus años respectivos de aparición. Los autores seleccionados funcionan como colores de una paleta. En beneficio del conjunto. Como jugadores de fútbol “al servicio del equipo”. En este sentido, el tema no es una cortapisa a la calidad del libro ni mucho menos. Si el libro está bien pensado, estoy convencido de que el tema puede ser tan específico como se quiera: la familia Manson, la Guerra de Somalia o gente que quema libros de Enrique Vila-Matas. Esta es mi vindicación. Yo mismo fantaseo con ser algún día el autor de un libro colectivo que aspire a este ideal. Crear una obra original y hermosa y extraña usando piezas ajenas. Ser un Pep Guardiola que compone prodigios con la cantera. Crear un menú seductor para una noche de lectura fascinante.
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ANTOLOGÍAS CITADAS:
Granta en español número 11
Siglo XXI, por Fernando Valls
Mutantes, por Juan Francisco Ferré
Pequeñas resistencias, por Andrés Neuman
Matar en Barcelona, por Ana Pareja
22 escarabajos, por Mario Cuenca Sandoval